Antes
de que suene el despertador, yo ya tengo los ojos bien abiertos. Supongo que es
por el hecho de no estar en mi casa, a pesar de que en esta también se duerme a
las mil maravillas. Y más teniendo lo que respira suavemente a mi lado… Ladeo
el rostro y lo miro fijamente, a través de los primeros rayos de luz que se
filtran por las rendijas de la persiana. Está durmiendo bocabajo, totalmente
desnudo, y justamente uno de esos rayos cae encima de sus durísimas nalgas.
¡Por favor, me dan ganas de darle un cachetazo ahora mismo! Juro que jamás
había visto un culo tan prieto y con una forma tan perfecta. Al final no me
aguanto más, así que estiro un brazo y le acaricio el trasero delicadamente.
Automáticamente me entran unos calores que ni mi madre cuando le dan los
ataques menopáusicos.
—Gracias, Dios —murmuro bajito,
observando el techo como si fuera una auténtica beata.
Prosigo con mis caricias un poco
más, y al final me atrevo y le doy un pellizquito. Al se queja entre sueños y
gira la cabeza hacia el otro lado. Le dejo en paz para que pueda dormir un poco
más, aunque me gustaría despertarlo con una sorpresa: yo cabalgándole como una
auténtica Amazona. Pero una vez leí que si quieres a alguien, debes dejarlo
dormir. Y a ver, yo no es que lo quiera ya, que tampoco me enamoro tan rápido…
Pero lo cierto es que le estoy cogiendo un cariño…
Vuelvo a echar un vistazo a esa
figura tremenda y me pierdo en ensoñaciones. En un momento dado escucho un
extraño ruido y mi mirada se desliza hasta su culo. ¿Se ha tirado un pedo? A
ver, no sería tan raro. Es decir, imagino que los bomberos buenorros también se
cuescan, pero la cuestión es que eso sería tener mucha confianza y ya no sería
lo mismo cuando me lo tirara… Por suerte, el ruidillo se repite y comprendo que
es mi estómago haciendo de las suyas. Pues sí, me muero de hambre. Yo es que
soy de las que necesitan desayunar para afrontar el día con fuerzas.
Decido prepararle el desayuno. Quizá
encuentre chocolate o nata por la nevera y acabemos comiéndonos a nosotros
mismos. Salgo de la cama de manera cautelosa. Él vuelve a gruñir entre sueños y
murmura algo que no puedo entender bien, pero mi mente se convence de que
estaba pronunciando mi nombre. Seguro que está teniendo algún sueño húmedo
conmigo y, cuando regrese con la bandeja del desayuno, me estará esperando con
su manguera preparada.
Una vez en la cocina, abro la nevera
en busca de leche pero tan solo encuentro un zumo de naranja casi vacío, un
huevo, jamón de pavo de ese soso que a mí no me gusta nada y la mitad de un
tomate. Arqueo una ceja y cierro la nevera con la intención de buscar pan para,
al menos, hacer unas tostadas. Pero vamos, tampoco hay. Oye… Que no se puede
tener todo. A ver, Al es guapísimo, tiene un culo para morder, folla como dios
griego y es muy cariñoso, al tiempo que sensual. Que sea un poco descuidado con
la compra no es nada malo…
Se me enciende la bombilla y, con
rapidez, regreso al cuarto y cojo el móvil para enviarle un Whatsapp a Inés. La
pobrecilla estará hasta el toto de quedarse con Francisco, pero no pasa nada
porque espere una… A ver que haga cálculos… Bajar y comprar algo dulce en la
panadería, llevárselo a Al a la cama, revolcarnos entre migas de croissants y
madalenas… Sí, yo creo que con unos cuarenta y cinco minutos más tendré bastante.
Tecleo como una loca, echando ojeadas a mi bombero.
Inés,
cariño… Quédate con Francisco hasta las ocho y media, ¿vale? Enseguida iré y lo
llevo a la escuela.
Su
respuesta me llega de inmediato. La tía ya estará levantada esperando que acuda
a casa.
Oye,
guarrindonga, ¿pero qué es lo que haces? ¿Es que no has tenido bastante con los
polvos que habrás pegado esta noche?
Me
rio por lo bajito y le escribo una vez más. Al tiene la boca abierta y suelta
un suspiro. Ay, pero qué mono es durmiendo como un cachorrito… Me doy prisa en
acabar el mensaje para Inés.
Quiero
prepararle un desayuno bonito… Y yo seré el postre, que sé que me lo
preguntarás.
Segundos
después, un nuevo Whatsapp de mi amiga, aceptando quedarse con mi hijo. ¡Ay,
pero qué maja es! Voy a tener que invitarla a cenar, aunque al final se me va a
ir el sueldo del paro enseguida entre desayunos para Al y cenas para contentar
a amigas.
Gracias,
guapaaa. Nos vemos en un ratito.
Cierro
la aplicación de Whatsapp, a pesar de que en el grupo de mis chicas hay como
unos cuatrocientos mensajes y me muero por leerlos y también por contarles
todas mis andanzas. Corro en busca de mi blusa pero recuerdo que Al me la
rompió anoche en un arranque de esos que le dan, pero que a mí, en el fondo, me
ponen tanto. Así que lo único que se me ocurre es ponerme una de sus camisetas
y precisamente es esa con la que me recibió las primeras veces, la de la
manguera… ¡Cómo me gusta! Al ponérmela, su perfume llega hasta mi nariz y
suspiro como una tonta. ¡Si es que cualquier cosa suya me pone cachonda! ¿A que
no voy a la panadería y me lanzo en la cama con el salto de la tigresa? No, no,
a ver, Minny, tampoco tienes que pensar en sexo todo el rato, que vale que
habláis y eso y os lleváis muy bien, pero todo en esta vida no puede ser sexo.
Eso me lo dice mi parte santurrona y responsable, que a veces es un poco
aguafiestas, pero que me parece que esta vez tiene razón.
Termino
de vestirme con mi falda —menos mal que eso estaba intacto, porque si no,
tendría que haber bajado con mi ropa interior del Primark—, me pongo los
tacones y me lanzo fuera de la habitación sin siquiera arreglarme el pelo. Bah,
la panadería está dos números más abajo, es a la que voy siempre a comprar el
pan, así que me han visto ya muchas veces con pelos de loca. Incluso con cara
de la niña de El Exorcista cuando me ha bajado la regla y tengo que llevar a
Francisco a la escuela.
El
ascensor tarda más de lo normal, pero al fin llega y, para mi sorpresa —y un
poco de vergüenza— resulta que no va solo, sino mi vecino del quinto, que es
banquero, y se va muy temprano a trabajar. Y si estáis pensando si está
jamelgo, pues no. Es el típico pringado con gafas de culo de vaso que pega un
polvo una vez al mes. Vale, mi vida sexual tampoco es que fuera maravillosa,
pero en los últimos días sí, ¿eh…?
—Buenos
días… —me saluda con gesto contrariado. A lo mejor es que todavía huelo al sexo
maravilloso de anoche, o que mi atuendo no le satisface. ¡Pues me importa un
pimiento!
—Buenos
días —saludo, retándole con la mirada.
En
cuanto el ascensor llega abajo, salgo pitando de él, que por poco me como los
escalones. Me repongo con la mayor dignidad posible, mirando de reojo de forma
disimulada al vecino, el cual está parado ante el ascensor con expresión
interrogativa y, sin añadir más, me lanzo a la calle como si estuviera en una
carrera de velocidad. Por suerte, no hay nadie en el horno ahora mismo. Entro
como si estuviera huyendo de un asesino en serie y Noe, la chica que trabaja en
él, se me queda mirando con ojos divertidos.
—¿Pero
dónde vas tan loca?
—Corre,
ponme cuatro croissants. Dos normales y dos rellenos de chocolate. Y también
dos cafés —le pido, porque en el fondo tampoco he encontrado leche ni café ni
nada y yo, si no me tomo uno, no funciono y tengo que hacerlo más que el
conejito de las Duracell.
—¿Te
han entrado los antojos? —Noe se ríe mientras me pone el pedido.
—Pues
no, maja… Al antojo lo tengo en la cama —contesto, con una sonrisilla maligna.
—Ya
decía yo que habías cambiado de estilo… —me dice, señalándome la camiseta.
Me
entrega el pedido entre risas, se lo pago y me despido todavía con la sonrisa
en la cara. Corro otra vez hasta la puerta de la finca, imaginando lo que voy a
hacerle a mi bombero una vez nos hayamos comido todo esto. La verdad es que
abrir con dos cafés y con la bolsita de croissants no es nada fácil, y estoy
haciendo un montón de malabarismos para no derramar ni una gota.
—Perdona…
¿Quieres que te ayude? —Escucho una voz femenina a mi espalda. Me imagino que
será alguna vecina.
—Sí,
muchas gracias…
Y de
repente, todo pasa muy deprisa. Antes de girarme, alguien ya me está estirando
del pelo, con lo que mi cabeza se echa para atrás. Suelto un grito y, sin
poderlo remediar, se me caen los cafés. ¡Me cago en todo, después de todos los
malabarismos…!
—¿Pero
qué coño…? —exclamo, notando que me empiezo a enfadar. Y lo hago mucho más
cuando la persona que está a mi espalda me gira hacia ella y descubro que es la
Vanessa de los cojones.
—¡Guarra!
—grita, como una desquiciada. Me empieza a dar manotazos por todas partes y yo
me tapo corriendo la cara para evitar sus golpes. ¡Será loca la tía!—. ¿Te
creías que no me iba a enterar? —Ala, y ahora se pone a arañarme—. ¡Y encima
llevas una de sus camisetas favoritas! ¡Te voy a arrancar esos pelos que
tienes!
—¡Guarra
tú! —me pongo a chillar, intentando defenderme. Pero la muy perra tiene unas
uñacas que ni Eduardo Manostijeras.
—¡Apártate
de él!
—¡La
que tiene que apartarse eres tú, Vanessa…! —Y de repente se me ocurre una
tontería con la rima esa de críos—. ¡Que ya no se la pones tiesa!
La
perra se enfurece más y me coge del pelo otra vez. Pero yo no soy menos y la
agarro del suyo. Golpe para acá, arañazo por allá, gritos, patadas… Cuando me
quiero dar cuenta se han reunido alrededor de nosotras unas cuantas personas,
alguien nos está separando y yo tengo una de sus extensiones en mi mano.
¡Chúpate esa, asiliconada! Porque esas tetas tan tiesas y redondas no pueden
ser reales. Que vamos, las mías también están altas y con una bonita forma,
pero las suyas se nota que son compradas.
—¡Eh,
mujeres! ¡Ya basta! ¿Pero qué os pasa? —Una voz masculina a mi derecha, pero yo
estoy tan cabreada que paso de quien sea y le lanzo una mirada mortífera a mi
enemiga.
—¡La
zorra esta, que se está acostando con mi novio! —exclama la muy cabrona.
—¡Que
no es tu novio! —chillo con rabia.
La
gente a nuestro alrededor cuchichea. Incluso un chaval con un skate se ha
puesto a grabarnos. Este es capaz de subir el video al Youtube para forrarse.
Me dan ganas de quitárselo, pero tampoco quiero parecer una psicópata.
—¿Vanessa?
¿Qué haces tú aquí?
Y no,
no es Al el que lo pregunta porque imagino que Al aún estará durmiendo a pierna
suelta. El que conoce a esta pilingui es el chico que nos ha separado que,
ahora que me fijo en él, es el bomberaco jamelgo del otro día en el que saltó
la falsa alarma. Joder, ahora que lo veo a plena luz del día es que está para
comérselo también. Pelo castaño claro, ojazos entre grises y verdes y un
cuerpazo de escándalo. Mira… Qué bien han crecido Zipi y Zape. Me rio ante mi
ocurrencia y Vanessa y él se me quedan mirando con cara rara.
—Vanessa,
no sé qué haces aquí, pero sabes que no puedes estar. ¿Es que quieres volver a
ir a juicio o qué? —Él se arrima a ella, hablándole con cariño. Pero será
posible…
—¡Ha
sido ella, que me ha provocado! —Me señala a mí con esa uña de diez
centímetros, por lo menos.
—Vuelve
a casa, ¿vale? Me gustaría acompañarte, pero no puedo porque tengo que hablar
con Al. Vamos, Vanessa… Sabes que no puedes hacer esto. ¿Me vas a hacer caso o
qué? Yo hablaré con Al por ti, ¿vale? —Le sonríe. Una sonrisa que a mí me
provoca un cosquilleo en la entrepierna. Ay, por dios, si es que ya sabéis mi
pasión por los bomberos. Y encima me da rabia que trate tan bien a esta zorra
que no se merece tanta atención.
Vanessa
lo mira durante unos segundos con expresión de cachorrillo abandonado y, al
final, asiente con la cabeza. En cuanto dirige los ojos a mí, su gesto cambia
al de pura rabia. ¿Veis? ¡Lo que yo decía! Puro teatro… Nos deja allí solos,
mientras se aleja a grandes zancadas a pesar de los tacones altísimos que
lleva. Será perra… Qué disgusto me ha dado. Y encima los cafés y los croissants
por el suelo. ¡Con la ilusión que me hacía desayunar con mi bombero!
—Aquí
ya no tienen nada que ver —dice el chico que nos ha separado a la gente que aún
ronda por allí. Una vez se han dispersado todos, me señala los dulces del suelo
y los vasitos—. ¿Eso era tuyo?
—Sí…
—contesto con un hilo de voz. Y me echo a llorar. ¡Que conste que es por la
rabia, eh!
—Eh,
eh… No llores —se acerca a mí y, para mi sorpresa, me aparta los mechones que
me han caído por la cara y me alza la barbilla, permitiendo que me refleje en
esos ojos claros. Ay, madre, lo que se me va a poner a llorar también es otra
cosa—. Sé que Vanessa no ha actuado de la manera más correcta… Pero está
enferma. Ella…
—¡No
sé por qué la defiendes! Simplemente es una loca acosadora… —me quejo.
El
chico se me queda mirando con cara extrañada, como si realmente yo no conociera
toda la realidad. Arqueo una ceja y por mi mente pasa la idea de que, quizá, Al
no ha sido sincero del todo conmigo. Pero, aun así, ¡la Vanessa esta no tiene
derecho a tratarme así, que yo no he hecho nada!
—Vamos
a hacer una cosa… Te voy a curar este arañazo… —De repente, su suave dedo está
acariciando mi mejilla de una forma muy sensual. O eso es lo que me parece a
mí—. Pero antes, iré a comprarte el desayuno. ¿Qué es lo que quieres?
—A ti
—me sale. Ale, Minny, otra vez tu boca que va por delante de tu cerebro. Él me
mira divertido y luego me deja allí plantada, con mariposas en un lugar que no
es precisamente el estómago.
Durante
los minutos que está en la panadería, yo pienso en mangueras, en barras de
bomberos y en Al y este chico sin nada de ropa. Y yo tampoco, claro. Cuando
regresa, yo aún estoy perdida en mi ensoñación y él tiene que chasquear los
dedos para que le haga caso.
—Aquí
tienes —me entrega una bolsa que tiene no solo croissants, sino también
ensaimadas y donuts—. Por cierto, me llamo Lucas.
Hasta
su nombre me pone, para qué mentirnos.
—Yo
Minny.
—Así
que tú eres la chica con la que se está viendo Al… —dice, sonriendo con un
gesto de aprobación.
—Pues
sí… ¿Es que ha ido contando sus hazañas en el parque o qué? —pregunto, a la
defensiva.
—Claro
que no. Él no es así. Pero lo conozco desde hace mucho y se nota cuando está
coladito por alguien…
¿Qué?
¿Coladito? ¿En serio? Pero si apenas nos conocemos… Vale, él me ha dicho que le
gusto mucho, pero…
—¿Vives
aquí también entonces, no? —Me pregunta. Asiento con la cabeza—. ¿Entramos?
Tengo que hablar con Al. Es urgente.
Y nos
metemos en el portal en silencio. En el ascensor tampoco hablamos, pero él no
para de echarme miradas que no son nada disimuladas. Y yo con la bolsa de
croissants y donuts en la mano, apretándola tanto que, cuando llegue a casa,
será una papilla.
—¿Vienes
tú también a casa de Al? —Me mira curioso.
—Eh…
No. Es muy tarde ya, y tengo que llevar a mi hijo a la escuela.
Él se
me queda mirando con una sonrisa, pero no dice nada. Tan solo asiente con la
cabeza y, acto seguido, sus dedos vuelven a rozarme la mejilla. ¿Pero esto qué
es….?
—Acuérdate
de curarte el arañazo —Se dirige a la puerta de Al y llama al timbre—. Cuídate,
Minny —Uy, por dios, que voz más erótica…
Escucho
pasos dentro del piso de Al, así que me apresuro a abrir mi puerta y me meto
corriendo en el piso antes de que me vea. Ahora mismo no podría estar con esos
dos tiarrones y mantener la cabeza serena. Además, estoy muy enfadada por lo de
Vanessa… ¡Esto vamos a tener que hablarlo de forma seria! Al final me va a dar
miedo salir a la calle, por favor. Pero vamos, que la Minny se enfrenta a ex
novias locas y a todo lo que se le ponga por delante.
Le mando un Whatsapp a Inés y le
digo que me traiga a mi hijo para llevarlo a la escuela. En cuestión de segundos
la tengo ante la puerta. Mi hijo y ella se fijan en la bolsa de dulces.
—Buaaah, donuuuuts —dice Inés, toda
contenta.
Y yo suelto un suspiro, porque al final van a ser ellos los que disfruten de un buen desayuno y no yo.
Capítulo de Elena Montagud
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