Capítulo 12 de El vecino de Al lado.

 

Antes de que suene el despertador, yo ya tengo los ojos bien abiertos. Supongo que es por el hecho de no estar en mi casa, a pesar de que en esta también se duerme a las mil maravillas. Y más teniendo lo que respira suavemente a mi lado… Ladeo el rostro y lo miro fijamente, a través de los primeros rayos de luz que se filtran por las rendijas de la persiana. Está durmiendo bocabajo, totalmente desnudo, y justamente uno de esos rayos cae encima de sus durísimas nalgas. ¡Por favor, me dan ganas de darle un cachetazo ahora mismo! Juro que jamás había visto un culo tan prieto y con una forma tan perfecta. Al final no me aguanto más, así que estiro un brazo y le acaricio el trasero delicadamente. Automáticamente me entran unos calores que ni mi madre cuando le dan los ataques menopáusicos.

            —Gracias, Dios —murmuro bajito, observando el techo como si fuera una auténtica beata.

            Prosigo con mis caricias un poco más, y al final me atrevo y le doy un pellizquito. Al se queja entre sueños y gira la cabeza hacia el otro lado. Le dejo en paz para que pueda dormir un poco más, aunque me gustaría despertarlo con una sorpresa: yo cabalgándole como una auténtica Amazona. Pero una vez leí que si quieres a alguien, debes dejarlo dormir. Y a ver, yo no es que lo quiera ya, que tampoco me enamoro tan rápido… Pero lo cierto es que le estoy cogiendo un cariño…

            Vuelvo a echar un vistazo a esa figura tremenda y me pierdo en ensoñaciones. En un momento dado escucho un extraño ruido y mi mirada se desliza hasta su culo. ¿Se ha tirado un pedo? A ver, no sería tan raro. Es decir, imagino que los bomberos buenorros también se cuescan, pero la cuestión es que eso sería tener mucha confianza y ya no sería lo mismo cuando me lo tirara… Por suerte, el ruidillo se repite y comprendo que es mi estómago haciendo de las suyas. Pues sí, me muero de hambre. Yo es que soy de las que necesitan desayunar para afrontar el día con fuerzas.

            Decido prepararle el desayuno. Quizá encuentre chocolate o nata por la nevera y acabemos comiéndonos a nosotros mismos. Salgo de la cama de manera cautelosa. Él vuelve a gruñir entre sueños y murmura algo que no puedo entender bien, pero mi mente se convence de que estaba pronunciando mi nombre. Seguro que está teniendo algún sueño húmedo conmigo y, cuando regrese con la bandeja del desayuno, me estará esperando con su manguera preparada.

            Una vez en la cocina, abro la nevera en busca de leche pero tan solo encuentro un zumo de naranja casi vacío, un huevo, jamón de pavo de ese soso que a mí no me gusta nada y la mitad de un tomate. Arqueo una ceja y cierro la nevera con la intención de buscar pan para, al menos, hacer unas tostadas. Pero vamos, tampoco hay. Oye… Que no se puede tener todo. A ver, Al es guapísimo, tiene un culo para morder, folla como dios griego y es muy cariñoso, al tiempo que sensual. Que sea un poco descuidado con la compra no es nada malo…

            Se me enciende la bombilla y, con rapidez, regreso al cuarto y cojo el móvil para enviarle un Whatsapp a Inés. La pobrecilla estará hasta el toto de quedarse con Francisco, pero no pasa nada porque espere una… A ver que haga cálculos… Bajar y comprar algo dulce en la panadería, llevárselo a Al a la cama, revolcarnos entre migas de croissants y madalenas… Sí, yo creo que con unos cuarenta y cinco minutos más tendré bastante. Tecleo como una loca, echando ojeadas a mi bombero.

 

Inés, cariño… Quédate con Francisco hasta las ocho y media, ¿vale? Enseguida iré y lo llevo a la escuela.

 

Su respuesta me llega de inmediato. La tía ya estará levantada esperando que acuda a casa.

 

Oye, guarrindonga, ¿pero qué es lo que haces? ¿Es que no has tenido bastante con los polvos que habrás pegado esta noche?

 

Me rio por lo bajito y le escribo una vez más. Al tiene la boca abierta y suelta un suspiro. Ay, pero qué mono es durmiendo como un cachorrito… Me doy prisa en acabar el mensaje para Inés.

 

Quiero prepararle un desayuno bonito… Y yo seré el postre, que sé que me lo preguntarás.

 

Segundos después, un nuevo Whatsapp de mi amiga, aceptando quedarse con mi hijo. ¡Ay, pero qué maja es! Voy a tener que invitarla a cenar, aunque al final se me va a ir el sueldo del paro enseguida entre desayunos para Al y cenas para contentar a amigas.

 

Gracias, guapaaa. Nos vemos en un ratito.

 

Cierro la aplicación de Whatsapp, a pesar de que en el grupo de mis chicas hay como unos cuatrocientos mensajes y me muero por leerlos y también por contarles todas mis andanzas. Corro en busca de mi blusa pero recuerdo que Al me la rompió anoche en un arranque de esos que le dan, pero que a mí, en el fondo, me ponen tanto. Así que lo único que se me ocurre es ponerme una de sus camisetas y precisamente es esa con la que me recibió las primeras veces, la de la manguera… ¡Cómo me gusta! Al ponérmela, su perfume llega hasta mi nariz y suspiro como una tonta. ¡Si es que cualquier cosa suya me pone cachonda! ¿A que no voy a la panadería y me lanzo en la cama con el salto de la tigresa? No, no, a ver, Minny, tampoco tienes que pensar en sexo todo el rato, que vale que habláis y eso y os lleváis muy bien, pero todo en esta vida no puede ser sexo. Eso me lo dice mi parte santurrona y responsable, que a veces es un poco aguafiestas, pero que me parece que esta vez tiene razón.

Termino de vestirme con mi falda —menos mal que eso estaba intacto, porque si no, tendría que haber bajado con mi ropa interior del Primark—, me pongo los tacones y me lanzo fuera de la habitación sin siquiera arreglarme el pelo. Bah, la panadería está dos números más abajo, es a la que voy siempre a comprar el pan, así que me han visto ya muchas veces con pelos de loca. Incluso con cara de la niña de El Exorcista cuando me ha bajado la regla y tengo que llevar a Francisco a la escuela.

El ascensor tarda más de lo normal, pero al fin llega y, para mi sorpresa —y un poco de vergüenza— resulta que no va solo, sino mi vecino del quinto, que es banquero, y se va muy temprano a trabajar. Y si estáis pensando si está jamelgo, pues no. Es el típico pringado con gafas de culo de vaso que pega un polvo una vez al mes. Vale, mi vida sexual tampoco es que fuera maravillosa, pero en los últimos días sí, ¿eh…?

—Buenos días… —me saluda con gesto contrariado. A lo mejor es que todavía huelo al sexo maravilloso de anoche, o que mi atuendo no le satisface. ¡Pues me importa un pimiento!

—Buenos días —saludo, retándole con la mirada.

En cuanto el ascensor llega abajo, salgo pitando de él, que por poco me como los escalones. Me repongo con la mayor dignidad posible, mirando de reojo de forma disimulada al vecino, el cual está parado ante el ascensor con expresión interrogativa y, sin añadir más, me lanzo a la calle como si estuviera en una carrera de velocidad. Por suerte, no hay nadie en el horno ahora mismo. Entro como si estuviera huyendo de un asesino en serie y Noe, la chica que trabaja en él, se me queda mirando con ojos divertidos.

—¿Pero dónde vas tan loca?

—Corre, ponme cuatro croissants. Dos normales y dos rellenos de chocolate. Y también dos cafés —le pido, porque en el fondo tampoco he encontrado leche ni café ni nada y yo, si no me tomo uno, no funciono y tengo que hacerlo más que el conejito de las Duracell.

—¿Te han entrado los antojos? —Noe se ríe mientras me pone el pedido.

—Pues no, maja… Al antojo lo tengo en la cama —contesto, con una sonrisilla maligna.

—Ya decía yo que habías cambiado de estilo… —me dice, señalándome la camiseta.

Me entrega el pedido entre risas, se lo pago y me despido todavía con la sonrisa en la cara. Corro otra vez hasta la puerta de la finca, imaginando lo que voy a hacerle a mi bombero una vez nos hayamos comido todo esto. La verdad es que abrir con dos cafés y con la bolsita de croissants no es nada fácil, y estoy haciendo un montón de malabarismos para no derramar ni una gota.

—Perdona… ¿Quieres que te ayude? —Escucho una voz femenina a mi espalda. Me imagino que será alguna vecina.

—Sí, muchas gracias…

Y de repente, todo pasa muy deprisa. Antes de girarme, alguien ya me está estirando del pelo, con lo que mi cabeza se echa para atrás. Suelto un grito y, sin poderlo remediar, se me caen los cafés. ¡Me cago en todo, después de todos los malabarismos…!

—¿Pero qué coño…? —exclamo, notando que me empiezo a enfadar. Y lo hago mucho más cuando la persona que está a mi espalda me gira hacia ella y descubro que es la Vanessa de los cojones.

—¡Guarra! —grita, como una desquiciada. Me empieza a dar manotazos por todas partes y yo me tapo corriendo la cara para evitar sus golpes. ¡Será loca la tía!—. ¿Te creías que no me iba a enterar? —Ala, y ahora se pone a arañarme—. ¡Y encima llevas una de sus camisetas favoritas! ¡Te voy a arrancar esos pelos que tienes!

—¡Guarra tú! —me pongo a chillar, intentando defenderme. Pero la muy perra tiene unas uñacas que ni Eduardo Manostijeras.

—¡Apártate de él!

—¡La que tiene que apartarse eres tú, Vanessa…! —Y de repente se me ocurre una tontería con la rima esa de críos—. ¡Que ya no se la pones tiesa!

La perra se enfurece más y me coge del pelo otra vez. Pero yo no soy menos y la agarro del suyo. Golpe para acá, arañazo por allá, gritos, patadas… Cuando me quiero dar cuenta se han reunido alrededor de nosotras unas cuantas personas, alguien nos está separando y yo tengo una de sus extensiones en mi mano. ¡Chúpate esa, asiliconada! Porque esas tetas tan tiesas y redondas no pueden ser reales. Que vamos, las mías también están altas y con una bonita forma, pero las suyas se nota que son compradas.

—¡Eh, mujeres! ¡Ya basta! ¿Pero qué os pasa? —Una voz masculina a mi derecha, pero yo estoy tan cabreada que paso de quien sea y le lanzo una mirada mortífera a mi enemiga.

—¡La zorra esta, que se está acostando con mi novio! —exclama la muy cabrona.

—¡Que no es tu novio! —chillo con rabia.

La gente a nuestro alrededor cuchichea. Incluso un chaval con un skate se ha puesto a grabarnos. Este es capaz de subir el video al Youtube para forrarse. Me dan ganas de quitárselo, pero tampoco quiero parecer una psicópata.

—¿Vanessa? ¿Qué haces tú aquí?

Y no, no es Al el que lo pregunta porque imagino que Al aún estará durmiendo a pierna suelta. El que conoce a esta pilingui es el chico que nos ha separado que, ahora que me fijo en él, es el bomberaco jamelgo del otro día en el que saltó la falsa alarma. Joder, ahora que lo veo a plena luz del día es que está para comérselo también. Pelo castaño claro, ojazos entre grises y verdes y un cuerpazo de escándalo. Mira… Qué bien han crecido Zipi y Zape. Me rio ante mi ocurrencia y Vanessa y él se me quedan mirando con cara rara.

—Vanessa, no sé qué haces aquí, pero sabes que no puedes estar. ¿Es que quieres volver a ir a juicio o qué? —Él se arrima a ella, hablándole con cariño. Pero será posible…

—¡Ha sido ella, que me ha provocado! —Me señala a mí con esa uña de diez centímetros, por lo menos.

—Vuelve a casa, ¿vale? Me gustaría acompañarte, pero no puedo porque tengo que hablar con Al. Vamos, Vanessa… Sabes que no puedes hacer esto. ¿Me vas a hacer caso o qué? Yo hablaré con Al por ti, ¿vale? —Le sonríe. Una sonrisa que a mí me provoca un cosquilleo en la entrepierna. Ay, por dios, si es que ya sabéis mi pasión por los bomberos. Y encima me da rabia que trate tan bien a esta zorra que no se merece tanta atención.

Vanessa lo mira durante unos segundos con expresión de cachorrillo abandonado y, al final, asiente con la cabeza. En cuanto dirige los ojos a mí, su gesto cambia al de pura rabia. ¿Veis? ¡Lo que yo decía! Puro teatro… Nos deja allí solos, mientras se aleja a grandes zancadas a pesar de los tacones altísimos que lleva. Será perra… Qué disgusto me ha dado. Y encima los cafés y los croissants por el suelo. ¡Con la ilusión que me hacía desayunar con mi bombero!

—Aquí ya no tienen nada que ver —dice el chico que nos ha separado a la gente que aún ronda por allí. Una vez se han dispersado todos, me señala los dulces del suelo y los vasitos—. ¿Eso era tuyo?

—Sí… —contesto con un hilo de voz. Y me echo a llorar. ¡Que conste que es por la rabia, eh!

—Eh, eh… No llores —se acerca a mí y, para mi sorpresa, me aparta los mechones que me han caído por la cara y me alza la barbilla, permitiendo que me refleje en esos ojos claros. Ay, madre, lo que se me va a poner a llorar también es otra cosa—. Sé que Vanessa no ha actuado de la manera más correcta… Pero está enferma. Ella…

—¡No sé por qué la defiendes! Simplemente es una loca acosadora… —me quejo.

El chico se me queda mirando con cara extrañada, como si realmente yo no conociera toda la realidad. Arqueo una ceja y por mi mente pasa la idea de que, quizá, Al no ha sido sincero del todo conmigo. Pero, aun así, ¡la Vanessa esta no tiene derecho a tratarme así, que yo no he hecho nada!

—Vamos a hacer una cosa… Te voy a curar este arañazo… —De repente, su suave dedo está acariciando mi mejilla de una forma muy sensual. O eso es lo que me parece a mí—. Pero antes, iré a comprarte el desayuno. ¿Qué es lo que quieres?

—A ti —me sale. Ale, Minny, otra vez tu boca que va por delante de tu cerebro. Él me mira divertido y luego me deja allí plantada, con mariposas en un lugar que no es precisamente el estómago.

Durante los minutos que está en la panadería, yo pienso en mangueras, en barras de bomberos y en Al y este chico sin nada de ropa. Y yo tampoco, claro. Cuando regresa, yo aún estoy perdida en mi ensoñación y él tiene que chasquear los dedos para que le haga caso.

—Aquí tienes —me entrega una bolsa que tiene no solo croissants, sino también ensaimadas y donuts—. Por cierto, me llamo Lucas.

Hasta su nombre me pone, para qué mentirnos.

—Yo Minny.

—Así que tú eres la chica con la que se está viendo Al… —dice, sonriendo con un gesto de aprobación.

—Pues sí… ¿Es que ha ido contando sus hazañas en el parque o qué? —pregunto, a la defensiva.

—Claro que no. Él no es así. Pero lo conozco desde hace mucho y se nota cuando está coladito por alguien…

¿Qué? ¿Coladito? ¿En serio? Pero si apenas nos conocemos… Vale, él me ha dicho que le gusto mucho, pero…

—¿Vives aquí también entonces, no? —Me pregunta. Asiento con la cabeza—. ¿Entramos? Tengo que hablar con Al. Es urgente.

Y nos metemos en el portal en silencio. En el ascensor tampoco hablamos, pero él no para de echarme miradas que no son nada disimuladas. Y yo con la bolsa de croissants y donuts en la mano, apretándola tanto que, cuando llegue a casa, será una papilla.

—¿Vienes tú también a casa de Al? —Me mira curioso.

—Eh… No. Es muy tarde ya, y tengo que llevar a mi hijo a la escuela.

Él se me queda mirando con una sonrisa, pero no dice nada. Tan solo asiente con la cabeza y, acto seguido, sus dedos vuelven a rozarme la mejilla. ¿Pero esto qué es….?

—Acuérdate de curarte el arañazo —Se dirige a la puerta de Al y llama al timbre—. Cuídate, Minny —Uy, por dios, que voz más erótica…

Escucho pasos dentro del piso de Al, así que me apresuro a abrir mi puerta y me meto corriendo en el piso antes de que me vea. Ahora mismo no podría estar con esos dos tiarrones y mantener la cabeza serena. Además, estoy muy enfadada por lo de Vanessa… ¡Esto vamos a tener que hablarlo de forma seria! Al final me va a dar miedo salir a la calle, por favor. Pero vamos, que la Minny se enfrenta a ex novias locas y a todo lo que se le ponga por delante.

            Le mando un Whatsapp a Inés y le digo que me traiga a mi hijo para llevarlo a la escuela. En cuestión de segundos la tengo ante la puerta. Mi hijo y ella se fijan en la bolsa de dulces.

            —Buaaah, donuuuuts —dice Inés, toda contenta.

            Y yo suelto un suspiro, porque al final van a ser ellos los que disfruten de un buen desayuno y no yo. 


Capítulo de Elena Montagud 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ♥ El Rincón de Xulita Minny | 5 de enero 2015