Con
manos temblorosas abro el certificado que acabo de recibir del juzgado. ¡Joder,
joder! Esto no puede ser nada bueno. Una vez lo abro, comienzo a leer las
primeras líneas. Conforme voy leyendo, una sensación de agobio invade mi
cuerpo. Las lágrimas me nublan la vista y la cabeza me da vueltas.
Tambaleándome,
consigo llegar hasta una de las sillas que tengo en la mesa del salón y me dejo
caer en ella, leyendo con incredulidad el papel que tengo entre mis manos. Lo
leo y lo vuelvo a releer porque no puedo creer lo que pone en él. A la tercera
o cuarta vez que lo leo, no estoy muy segura, lo dejo caer al suelo y un gemido
de dolor sale de mi garganta. Comienzo a llorar con desesperación y rabia
contenida. Una rabia que desde hace ocho años está instalada en mi corazón. Mi
respiración se acelera y mi corazón galopa a mil por hora, luchando por salir
de mi pecho. Me está dando un ataque de ansiedad. Me tiro al suelo para
intentar controlarme pero es inútil, todos los recuerdos se agolpan en mi
mente, todo el sufrimiento vivido por culpa de ese cabrón que me dejó tirada
cuando más lo necesitaba.
Los
gemidos que salen de mi garganta, van aumentando de volumen hasta convertirse
en gritos de agonía. ¿Cómo me puede hacer esto? ¡No es justo! Lloro como nunca,
ni siquiera como cuando me abandonó, ni siquiera como cuando mi precioso hijo
nació sin un padre al que besar y abrazar. La rabia se apodera de mí. ¡No! ¡No
lo voy a consentir! Me levanto de un salto y comienzo a tirar cosas al suelo
sin control. Rompo todo a mi paso, parezco un toro bravo, embistiendo y
rompiendo todo lo que encuentro a mi paso.
De
repente, noto cómo unos brazos fuertes como rocas me retienen. Chillo y me
revuelvo pero me sostienen con firmeza, al tiempo que una voz me intenta
calmar.
—¡Minny!
¿Qué coño pasa? ¡Tranquilízate!
Es
Lucas. Intento deshacerme de sus brazos en vano, es mucho más fuerte que yo. Me
lleva hasta el sofá y me obliga a sentarme con él para calmarme. Me acuna en su
pecho tranquilizándome con sus caricias y su voz.
—Shhh,
ya está, tranquila —susurra con suavidad mientras acaricia mi pelo.
Yo
me aferro a su pecho intentando regular mi respiración y mis sollozos. Al cabo
de diez minutos, ya casi calmada, me separo de su cuerpo y me intento
recomponer un poco. Me siento avergonzada por todo el espectáculo que acabo de
dar. Suspiro y le miro agradecida por haberme calmado. ¿Un momento? Me acabo de
dar cuenta de una cosa.
—¿Qué
haces tú aquí?
Él
sonríe como cuando mi hijo Francisco ha hecho alguna travesura.
—Venía
a convencerte para que aceptases mi cita personalmente y no por facebook.
Entonces vi la puerta abierta y, al escucharte llorar, entré directamente.
Lo
miro boquiabierta, al parecer no se rinde con facilidad.
—Lucas,
no es un buen momento para pensar en citas —le digo señalando todo el
estropicio que he formado en mi piso.
—Tienes
razón, perdóname. Cuéntame, ¿qué ha pasado? —pregunta acariciándome la mejilla
con el dorso de su mano y escrutándome con sus preciosos ojos claros.
Me
incorporo y busco el certificado entre los restos de cristales rotos que hay
por todo el suelo del salón. Se lo doy y tomo asiento junto a él. Lucas lee con
atención. Al terminar, me mira con el ceño fruncido, creo que está algo
confundido. No suelo contarle a casi nadie mi historia con mi ex, sólo a gente
de confianza. Incluso tardé en decírselo a mis amigas del WhatsApp, pero no sé
por qué, ahora siento la necesidad de contárselo. Respiro hondo y comienzo a
relatar un episodio muy doloroso de mi vida.
—Hace
nueve años, conocí a un chico maravilloso, mi primer amor verdadero. —Sonrío
con tristeza—. Fue un flechazo a primera vista. Comenzamos a salir y conectamos
desde el primer minuto. Nos enamoramos perdidamente y cometimos una locura: nos
casamos a los seis meses de conocernos. Yo estaba estudiando y lo dejé todo por
él, mis padres no se lo tomaron muy bien pero no tuvieron más remedio que
aceptarlo. ¡Estaba tan cegada! Preparamos una boda fugaz pero para mí, fue uno
de los días más felices de mi vida. Al poco, me quedé embarazada de Francisco y
todo cambió. Sebas comenzó a comportarse de manera extraña, llegaba todos los
días a las tantas de la madrugada y borracho. Intenté hablar con él,
preguntarle el motivo por el cual se estaba comportando de esa manera, pero no
hubo forma. Se encerró en sí mismo. Pasaron los meses y su actitud iba de mal
en peor, igual que nuestra relación. Cuando cumplí los siete meses de embarazo,
Sebas desapareció sin dejar rastro. Yo me sumí en una depresión que casi me
cuesta la salud y la de mi bebé.
Hago
una pausa porque el recuerdo es muy doloroso. Lucas toma una de mis manos y me
anima a seguir.
—Cuando
di a luz y le vi la carita, prometí no volver a derramar una lágrima por ese
malnacido y luchar por mi hijo. Al cabo de unos meses, recibí una carta de
Sebas en la que me pedía el divorcio. Ni siquiera se dignó a preguntar por su
hijo, ni de si estábamos bien. Yo le escribí varias cartas para exigirle que se
hiciera cargo de él, pero solo recibía el silencio como respuesta. El día del
cumpleaños de Al se presentó en mi casa como si nada, dejándome confusa con esa
visita. Ahora he confirmado mis sospechas: ha venido a quitarme la custodia de
mi hijo.
Termino
de contarle mi historia envuelta de nuevo en lágrimas. Lucas se acerca más a mí
y agarra mi cara entre sus grandes manos para que le mire.
—No
dejaremos que se salga con la suya, pequeña —dice enjugándome las lágrimas con
sus dedos—. Buscaremos la forma.
Su
contacto y su mirada me reconfortan. Nos miramos durante un rato largo. Este
hombre despierta en mí algo que no sentía desde hace tiempo. ¡Joder! ¡Si lo
acabo de conocer! Lucas se acerca peligrosamente hacia mi boca y a mí me entra
el pánico. Sé que si le devuelvo el beso, no habrá vuelta atrás pero se supone
que estoy con Al y no quiero hacerle daño. Aparto la cara y veo la decepción en
su gesto.
—No
puedo Lucas —susurro mirando hacia el suelo.
—¿No
puedes o no quieres? —pregunta sujetándome la barbilla para que le mire.
—Yo…
No
sé qué responderle. Me atrae y mucho, pero más allá de lo físico. Algo me dice
que tengo que conocerle más a fondo. Las palabras de la gitana vienen a mi
mente:
«Si
sabes escoger, estarás con el amor de tu vida; si no, envejecerás sola».
¡Mierda!
Me deshago de su contacto y me levanto para pasear de un lado a otro del salón.
¿Por qué me pasa esto a mí?
—Minny,
solo quiero lo mejor para ti. Déjame demostrarte que soy la mejor elección.
Se
acerca de nuevo hacia mí con intenciones de besarme pero la melodía de mi
teléfono le frena. Lo miro y mi cara se descompone. Es Al.
—¿Sí?
—¿Se
puede saber dónde te metes, Minny? —gruñe en voz alta y yo tengo que despegar
el teléfono de mi oreja—. ¿Vas a venir o qué?
Lucas
frunce el ceño y aprieta la mandíbula.
—Ss…
sí Al, ahora mismo voy.
Cuelgo
y me dirijo hacia la puerta.
—Deberías
marcharte, Lucas.
Espero
en la puerta de mi casa sin mirarle. Le escucho resoplar pero me obedece. Sale
al pasillo y cuando pienso que se va a marchar, le veo girarse y retroceder
para pegarse a mi cuerpo. Yo tiemblo con su contacto. Agacha su cabeza hasta
que su boca se queda a escasos milímetros de la mía. Noto su cálido aliento
sobre mis labios.
—Te
mereces algo mejor que eso y te lo voy a demostrar —susurra señalando hacia el
piso de su amigo antes de dar media vuelta y marcharse.
¡Joder!
Eso ha sonado a amenaza. ¡Dios! Con lo feliz que yo estaba hace un par de
semanas con mis whatsapps, mis libros, mi facebook y mis conjuntitos del
Primark.
No hay comentarios:
Publicar un comentario