La última Batalla

  Nadie podía haber imaginado lo que ocurrió. Nadie lo esperaba. Nadie dio crédito a las noticias hasta que lo vieron con sus propios ojos y lo sintieron en sus propias carnes. La humanidad maldijo aquel viejo papiro que aquel desconocido arqueólogo   encontró bajo la tumba de una de las islas de la Tierra de Fuego. El papiro maldito, como se denominaría después del exterminio, trastocó la historia del mundo.

 Primeramente porque nadie pudo establecer a qué cultura pertenecía, ya que databa de casi tres milenios antes de la aparición de los egipcios. Las fechas no encajaban. La historia no encajaba. Segundo, porque lo que ponía al trascribirlo, se cumplió. Aquella profecía que narraba aquel pedazo de maldad se hizo realidad. 

Nadie podía haber imaginado que el mal se ocultaba bajo los volcanes, en lo más profundo de nuestro planeta. Nadie pensó que la peor de las pesadillas estaba dormida bajo nosotros. Esta vez la realidad superó a la ficción. 


Todo comenzó el día que señalaba el papiro. El fin del mundo comenzó el 22 de febrero del 2014. No fue como la profecía de los mayas. Esta fue real. La tierra tembló, se convulsionó el planeta entero, y todos los volcanes escupieron fuego, cenizas y lava al mismo compás. Y no quedó ahí el desastre. Tal como decía la profecía de su interior surgieron los conquistadores, los dioses del mundo, y comenzó la aniquilación de la raza humana. 


De nada sirvieron las armas más potentes de las naciones, las más poderosas resistieron algo más, pero acabaron sucumbiendo. Todo quedó arrasado, el cielo se oscureció por el humo de las batallas y el mundo entero se convirtió en un desierto carbonizado. Tan sólo algunos ríos se salvaron, pero únicamente porque necesitaban agua para vivir. 

Todo fue rápido, muy rápido. El ser humano prácticamente fue aniquilado, y a los que permitieron seguir con vida se convirtieron en esclavos, diversión o comida, y la mayoría de veces, todo seguido. El ser humano retrocedió casi hasta la edad de los metales. Ya no había electricidad, ni casas, ni armas de fuego, ni nada. Aquella persona que tenía un cuchillo era la más afortunada, y no porque podía defenderse de los conquistadores, de eso nada, eran casi invencibles, apenas tenían puntos débiles. 

Había que defenderse de otros semejantes, traidores a la raza humana que se dedicaban a cazar para los conquistadores, a proveerles de esclavos para sus sacrificios. Eran casi peores que los conquistadores. Y de esta horrible manera se subsistía...


Si aún no sabes de lo que hablo, te lo contaré yo: Los conquistadores, como eran referidos en el papiro, eran Dragones. Como lees, como imaginaste, como viste en películas y leíste en libros, así son los Dragones, pero peor, más terroríficos, más grandes, más crueles. Imaginad una abominable mezcla de un cocodrilo y una serpiente, del tamaño de un autobús, ponedle alas, garras afiladas en las extremidades, y la increíble capacidad de lanzar impresionantes llamaradas, y sabréis cómo es un Dragón.


Al principio se pensó que eran animales nada más, y eso fue un grave error, porque resultaron ser muy inteligentes, demasiado, y aunque sus características fisiológicas no les permitía hablar, si que aprendieron rápidamente el lenguaje de los humanos. 

Eran organizados en los ataques, había diferentes clases de dragones, unos sólo eran guerreros, otros eran los comandantes, y todos rendían respeto a su reina. Poco se sabe de la Reina, sólo una persona la ha visto y ha vuelto para contarlo. 

Mi nombre es Erik, y la historia que a continuación trataré de relataros es la que nos hace seguir luchando día tras día, la que nos empuja a no rendirnos, la que contamos a nuestros niños para que no pierdan la esperanza de que algún día finalice esta guerra. 

Todo comenzó una fría mañana de enero, cuando la primera claridad del día hacía su aparición. El poblado dormía placenteramente, tanto que no vieron venir el ataque . Un grupo fuertemente armado se abalanzaron sobre las cabañas, sin dar tiempo a reaccionar, y no les costó mucho esfuerzo acabar con la docena de hombres que residían en aquel poblado. De poco sirvió la resistencia que pusieron ancianos, mujeres y niños, fueron reducidos y apresados con facilidad. Al otro lado de la colina estaban los carros construidos a modo de celdas con barrotes de madera y alambre. 

Serían los nuevos esclavos de los dragones de la comarca, los que viven en la montaña de Sant Lorenco. Su fin sería cuestión de días, semanas o meses. 

Todo el poblado fue apresado, salvo una persona, que se ausentó para asistir a la reunión de alcaides de la comarca. Esa persona llevaba por nombre el de Irene. Era una mujer decidida, inteligente, valerosa, buena esposa y mejor madre. Regreso a los días y poco antes de llegar comenzó a sentir una terrible corazonada, y el silencio que lo habitaba todo acentuaba aún más sus malos presagios. Presagios que quedaron confirmados cuando asomó por la colina y vio su pueblo calcinado, las casas derruidas, y los cadáveres por el suelo. Corrió como nunca hasta bajar a lo que quedaba de su hogar, y buscó a su familia entre los muertos que se diseminaban por el suelo. Hasta que dio con su marido. Las fuerzas le flaquearon y cayó de rodillas en el suelo. Su amor estaba allí tendido. El padre de su hijo yacía inerte con una herida mortal en el pecho. 

No quedaba nada de vida en él. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, pero no derramó muchas, el odio comenzó a secarlas, y el corazón le empujó a ponerse en pie porque sabía que su hijo estaba vivo y no tenía tiempo para lamentos. 

Mientras fue enterrando uno por uno a todos los muertos la ira fue creciendo en su interior. Sabía donde estaba su hijo, sabía quiénes eran los culpables, y sabía lo que tenía que hacer. 

Hacía mucho tiempo que se juró a sí misma que en cuanto tuviese familia no volvería a coger una espada, y ahora tendría que cogerla para no perder a toda su familia. 

Hincó una rodilla en el suelo y se postró ante la tumba de su marido, y le prometió que los que le hicieron aquello lo pagarían con su sangre, y que traería a casa a su hijo aunque tuviera que dejarse en el camino de su propia vida...

Se levantó y se dirigió hacía la fuente de piedra de la aldea. A los pies de la misma había una pesada losa que con un esfuerzo inhumano consiguió desplazar y así descubrir un agujero donde había varios objetos cubiertos por trapos y plásticos. 

Comenzó a descubrirlo todo y desempolvó su vieja armadura de cuero y escamas metálicas. Recordaba cómo llegó aquella armadura a su poder, aquella armadura y su magnifica espada, templada a mano por, seguramente, un formidable espadero. Aquel día los dragones atacaron la ciudad y los ciudadanos asaltaron la tienda de armas cogiendo todas las armas de fuego que pudieron. Irene cuando llegó sólo pudo encontrar aquella ligera armadura, muy semejante a la usaban los gladiadores romanos, y en un rincón aquella espada, aquella katana con la empuñadura y la vaina de color rojo. Es todo lo que pudo coger y salir huyendo antes de que los dragones arrasaran toda la ciudad. Mejor eso que nada, al menos podía poner en práctica todo lo que había aprendido en las clases de aikido. 

Practicó y practicó hasta que se hizo toda una experta, y cuando ya no quedaron armas de fuego en el mundo, comprendió que se había convertido en una privilegiada...

Cogió agua para el viaje, se ajustó la armadura, se echó a la espalda la katana  y puso rumbo a la Montaña de Sant Lorenco. Tendría que cruzar el desierto negro y el bosque de esqueletos hasta llegar a su destino. No sería fácil, pero debía darse prisa. 

El desierto negro recibía ese nombre porque todo estaba tan carbonizado que la misma tierra había adquirido el color del carbón. Era un terreno escabroso, lleno de grietas,, rocas y colinas, pero que le permitiría ir ocultándose hasta llegar al bosque. 

Caminaba en silencio y despacio, estaba esperando que callera la noche para poder moverse con mayor rapidez. Le pareció escuchar voces...Sí, eran risas y voces de personas. Siguió el rastro de los sonidos a través de una gran trichera, hasta que pudo ver el resplandor que emitía un fuego encendido en un claro, alrededor del cual había seis o siete hombres riendo y bebiendo. El rostro de Irene se encendió de ira, y estuvo a punto de perder los nervios y salir a su encuentro para acabar con ellos, pero eran demasiados para ella sola, n podría haber acabado más que con tres o cuatro antes de morir de sus manos. Por eso se serenó, respiró profundamente y se agachó, con las rodillas en el suelo y sentada sobre sus talones. Cerró los ojos y esperó en silencio. 

Hacía un buen rato que no se escuchaban risas o voces, y la luz de la hoguera había desaparecido sumando el claro en una tenue oscuridad ´únicamente protegida por la suave luz de la luna llena. 

Era su momento. Respiró despacio, se levantó y desenfundó su katana. Tenía que ser rápida y decidida, no podía dudar. 

Comenzó a correr sobre las puntas de sus pies en dirección al claro. Fue rápida, directa, no vaciló ni un momento. Pasó por encima de los dos primeros hombres clavando su katana en sus corazones, al tercero le separó la cabeza de un tajo seco. 

Cuando llegó al cuarto éste se había incorporado levemente, poniéndole la cabeza en bandeja. Los otros tres se habían levantado sorprendidos y medio aturdidos por el alboroto y seguramente por el estado de embriaguez que aún conservaban. Mientras buscaban sus armas Irene sajó de abajo a arriba al quinto y atravesó al sexto de un lado a otro a la altura del vientre y se detuvo en seco, en frente del miserable que le quedaba. Se relajó y dejó que cogiera su espada. Irene bajó su katana, la punta miraba al suelo y la sangre corría por su filo hasta gotear. para este sucio maldito tenía otro final preparado. 

Aquel hombre sostenía con fuerza una enorme espalda, pero no podía evitar temblar del miedo que tenía. Miraba a aquella chica, no muy alta,, más bien delgada, con su larga trenza y su grácil cuerpo, y no podía entender cómo había podido acabar con todos sus compañeros en cuestión de segundos. Se dio cuenta de que no saldría vivo de allí. 

-¿ Quién eres tú? ¿Qué quieres de nosotros?- le grito casi balbuceando-

El rostro de Irene se relajó y la ira que reflejaba se tornó en ironía...

- Lo que quería de ellos ya me lo han dado... Su vida.. Ahora te toca a ti...

El sudor le caía por la frente a aquel tipo, y presa del pánico, atacó con furia y decisión a Irene. Y ese fue su error. Irene giró sobre si misma dejándolo pasar, y con un movimiento rápido y certero, cercenó sus manos a la altura de las muñecas, y sin tiempo que perder, se agachó rápidamente y seccionó sus pies por los tobillos. 

Se levantó y con un movimiento seco y rápido sacudió la sangre de su katana y la envainó de nuevo. Lo miró de nuevo, allí tendido, gritando de dolor y desangrándose lentamente. No dijo nada y siguió caminando en dirección al bosque. 

El bosque de esqueletos se llamaba así porque anteriormente fue un bosque de hayas, pero ahora todo estaba seco o quemado, sólo estaban los esqueletos de los árboles. Un paisaje gris y desolado, aunque no tardaría demasiado en cruzarlo, antes de que amaneciera estaría a las faldas de la montaña, y ya solamente tendría que encontrar la entrada a la gran cueva de la reina. Allí debía estar su hijo, y esperaba que aún con vida. Caminó lo que quedaba de noche, y llegó antes de lo que esperaba. No le resultó complicado encontrar la cueva, era evidente que estaba en el mismo lugar donde un enorme dragón gris hacia guardia. Tenía que pasar por aquella entrada, así que se echó la capa por encima, cubrió su cabeza con la capucha, desenvainó y ocultó la katana dentro, junto a su pecho. Caminó arrastrando los pies, simulando que estaba herida, deambulando de un lado a otro. El dragón se percató de su presencia, pero no se movió, no abandonaría su puesto por nada del mundo, tan sólo se limito a observar como aquel ser humano moribundo se iba acercando a donde él se encontraba. 

Cuando lo tuvo de frente, al ver que se desplomaba de rodillas, se agachó para olfatearlo. Y en ese mismo instante, Irene atravesó con su katana la cabeza del dragón, de abajo hasta arriba, girando la empuñadura para que no se pudiera salir. El dragón gruño de dolor y empezó a voltear la cabeza de un lado a otro para zafarse de su enemigo. Irene salió despedida y cayó unos cuantos metros del dragón. Rugía de dolor e ira y lanzó una mirada de venganza hacia Irene. Pero ya era tarde para él. La zona más débil de los dragones era debajo de su cabeza, y con una espada bien afilada podía atravesarse y llegar hasta su sistema nervioso, y de paso les impedía abrir sus fauces para atacar con sus llamaradas. El dragón se desplomó pesadamente y su respiración se fue apagando poco a poco. Irene se acercó u sacó su katana de la cabeza del dragón. No se molestó en mirarlo una vez más, tan solo entró en la cueva. 

Acabar con la reina iba a resultar algo más difícil, así que el plan era sencillo, encontrar a su hijo y huir antes de que pudieran descubrirla. Había que evitar el combate directo a toda costa. 

La situación cambió cuando llegó al centro de la cueva, y en la gran explanada descubrió a la Reina. Nunca había visto un dragón igual. Era mucho más grande que los demás, y encima tenía dos cabezas... las cosa se complicaba...

Estaba en el centro, rodeada de un par de crías de dragón que revoloteaban y jugaban con ella. En frente había un foso, y con alegría y temor a la vez, comprobó que su hijo estaba allí, esperando para ser el juguete de la crías. 

Pensó todo lo rápido que pudo y se movió con sigilo por la gruta hasta bajar a la explanada. 

La reina presintió algo, no sabía qué era pero algo la intranquilizó. Lanzó un terrible rugido hacía la entrada. Estaba claro que esperaba contestación de su Guarda, pero al no llegar se reincorporó e hizo una señal a su crías para que entrarán al foso  a por su premio. El chico comenzó a gritar de miedo mientras los dragoncitos se acercaban a su encuentro, pero de repente una voz muy familiar le hizo callar. 

- ¡Sé que puedes entenderme!!!

La Reina se giró hacía el lugar de donde provenía aquella voz amenazante. Las crías de dragón se detuvieron y se giraron también . Allí estaba Irene, de pie, junto a un nido de huevos de dragón Y sobre uno de ellos blandía la katana con decisión. 

- Aunque te deteste, sé que eres una madre y no querrás que les pase nada a tus pequeños.. Puedo acabar con todos antes de que pestañees...

La Reina rugió de rabia. Los dragoncitos se decidieron a atacar, pero un bufido de su madre los detuvo en el acto. 

- Es más fácil . No quiero pelear hoy. El trato es sencillo. Mi hijo por los tuyos. 

La Reina se acercó al foso y alargó una de sus cabezas en dirección al niño. Irene empuñó con fuerza la katana y se dispuso a destruir todos los huevos, pero la dragona cogió suavemente a su hijo por un brazo y lo sacó del foso, colocándolo en dirección a Irene. El chico salió corriendo al encuentro de su madre y se colocó tras ella. 

- Esta vez lo dejaremos en tablas, pero volveremos a vernos...

Irene retiró la katana y la envainó de nuevo. Hizo una leve reverencia de respeto hacía su rival, se giró , se agachó y comprobó que su hijo estaba bien. Madre e hijo tomaron rumbo hacía la salida. El chico iba con miedo por si les atacaban pero Irene sabía que por esta vez los dejaría marchar. Después de todo la Reina era una madre guerrera, al igual que ella, y el honor es muy importante en la guerra. Volverían a encontrarse, no le cabía duda de ello, y para entonces estaría preparada. 

Mi nombre es Erik, e Irene es mi madre. Y ahora mismo se está dirigiendo al encuentro de la Reina para acabar con ella. ¡Por eso os pido! ¡os suplico! ¡que os arméis de todo el valor que haya en vuestros corazones! ¡ y me sigáis al encuentro de mi madre!. ¡Hoy podemos terminar con esta guerra!.¡ Entre todos lo conseguiremos! ¡Ánimo , mis hermanos!. ¡ Por nuestra libertad! ¡Por irene! 


The End 

1 comentario:

  1. Hola Minny!!
    Muy interesante el relato y está muy bien estructurado.
    Besos💋💋💋

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©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ♥ El Rincón de Xulita Minny | 5 de enero 2015