Estoy
intentando recuperar el aliento, a cuatro patas, encima de una mesa y en lo
único que puedo pensar es: ¿Soy una pervertida si digo que, aunque me siento satisfecha,
me he quedado con ganas de más? Sobre todo, me he quedado con deseos de
saborearlo, de tocar de arriba a abajo ese cuerpo preparado para luchar contra
el fuego y de probar ese tronco de Navidad que tiene entre las piernas y que
aún siento dentro de mí, estirándome de la forma más maravillosa.
—Minny,
eres demasiado sexy. Te he visto con ese vestido y me has cortado la
respiración. —Se mueve poco a poco, retirándose de mi cuerpo. Yo todavía estoy
en la misma postura y empieza a masajearme las nalgas hasta llegar a colocarme
el tanga de nuevo en su lugar—. No quiero asustarte, pero me recupero muy
rápido y tú me has dejado cachondo durante demasiados días como para poder
resistirme a ti, vestida solo con ese tanga. Vamos a arreglarnos un poco e intentaremos
cenar.
Estoy
decepcionada. Yo tengo hambre, es verdad, pero hambre de él. Veo cómo se aparta
de mi lado y se pierde por el pasillo de su casa. Como los pisos tienen la
misma distribución, me tomo la confianza de ir hacia el cuarto de baño. Me
siento pegajosa entre las piernas y creo que el tanga va a tener que ir directo
a la cesta de la ropa sucia.
Me
limpio como puedo y acabo desnuda delante del espejo. Estoy a punto de salir
para recoger mi vestido pero veo a Al mirándome desde el quicio de la puerta.
Me recorre de arriba abajo y yo, de repente, me siento muy tímida.
—Toma
—dice tendiéndome una camiseta negra—. No creo que te apetezca volverte a poner
el vestido. Además, no quiero que se estropee. Tengo pensado atacarte
sexualmente en cualquier momento, sería una pena que se arrugara. Es muy
bonito.
Me
pongo la camiseta buscando huir de su mirada y de la repentina falta de voz que
padezco. En la camiseta reza: Los auténticos vikingos de Noruega.
Lo miro levantando una ceja:
—¿Me
lo podrías explicar? Eres alto, fuerte y estás como un tren pero yo, nunca, te
llamaría vikingo.
—Es
la camiseta que nos hicimos para la despedida de un amigo. Se fue a Noruega a
jugar a fútbol hace un año. Además, entre todos los parques de bomberos jugamos
una liguilla, y éste —dice pasando su dedo índice por las letras impresas—, es
el nombre de nuestro equipo.
—¡Ah,
qué casualidad! El hermano de mi amiga Dacar también juega a fútbol allí… A lo
mejor lo hacen en el mismo equipo.
—Sería
mucha casualidad… Juanma tiene varias hermanas, pero no recuerdo el nombre de
ninguna.
—¿Tu
amigo es canario, alto y guapetón? —«Sexy y está para comérselo…esto mejor lo
reservo para mí».
—Lo
de guapetón no sabría decirte, no es mi tipo. Pero en todo lo demás, has
acertado —me mira extrañado—. ¿Lo conoces en persona?
—No.
Pero su hermana me ha hablado mucho de él. —«Y me ha enseñado fotos de su
lamible cuerpo…»—. Cuando le cuente que eres amigo de su hermano no se lo va a
creer.
Joder,
sí que es casualidad. Cuando se lo cuente a las chicas no se lo van a creer…
Conoce al objeto de mis deseos de las últimas semanas. Ahora que lo pienso,
puedo imaginarme perfectamente la situación: yo, desnuda, en medio de estos dos
pedazos de hombres… ¡me estoy poniendo mala!
Nos
dirigimos hacia el comedor donde nos espera la mesa decorada de forma sencilla:
Un mantel blanco, tres velas, una cubitera metálica donde se está enfriando una
botella y dos copas. Al, haciendo gala de su caballerosidad, me aparta la silla
y me sirve una copa.
—Eres
todo un gentleman —le susurro y tomo un sorbo del exquisito vino blanco—. No
tienes que esforzarte, contigo soy fácil… y por si no lo recuerdas, no llevo
bragas.
Se
sienta enfrente de mí. La tenue luz de las velas le da a su figura un color
dorado que me está haciendo sufrir. Deseo tanto devorar su cuerpo que me tengo
que clavar las uñas en las manos para resistir la tentación.
—Quiero
hacer las cosas bien contigo. Si no hubieras venido tan irresistible, te lo
habría demostrado desde el principio. Ahora estoy más calmado, aunque no sé por
cuánto tiempo podré aguantar.
—Al,
somos adultos y bien sabes que yo también te anhelaba. Yo creo que hemos
empezado con muy buen pie… no de forma convencional, pero sí muy satisfactoria.
Hablamos
mientras cenamos una lubina fantástica que ha preparado. Es muy fácil hablar
con él, parece que nos conocemos de toda la vida. Me cuenta cómo no paró hasta ver cumplido su
sueño de ser bombero, historias del trabajo, y yo con ellas me sorprendo
preocupándome o riéndome por las situaciones que me narra.
Por
mi parte, le cuento mi vida: mi día a día como ama de casa, pues estoy en paro
y con mi hijo, le hablo de mi afición por Primark y del grupo de buenas amigas
que tengo por WhatsApp; amigas, a las que, nada más que llegue a mi casa y coja
el móvil, informaré de todo lo que ha ocurrido en este piso.
Conversamos
durante toda la cena que se ha ido alargando cada vez más. La comida está muy
buena, pero yo quiero mi postre. Me siento muy atrevida. La visión de sus
definidos pectorales y la forma en que sus ojos me devoran me ha estado
preparando para lo que estoy a punto de a hacer.
Me
levanto de la silla y camino hacia Al sin decir una palabra. Le indico que se
aparte y me siento sobre sus piernas abiertas. Ahora que lo tengo tan cerca,
las ganas de saborearlo me abruman. Dejo que mis manos vaguen por su cuerpo
hasta llegar a su vaquero. Tiene el botón abierto lo que me permite comprobar
que no lleva calzoncillos. «Mmm, va de comando. ¡Me gusta!». Le bajo la
cremallera y le hago un gesto para que ayude a deslizarle el pantalón.
Tengo
su pene semi erecto ante mis ojos. Mis glándulas salivares están haciendo trabajos
extra, tanto, que temo que la baba empiece a caerme por la barbilla.
—Al,
te voy a contar una cosa sobre mí. Por las noches me cuesta quedarme dormida.
—Me está mirando como si estuviera loca pero yo quiero dejarle claro lo que va
a pasar aquí—. Mi madre siempre me ha dicho que lo mejor para el insomnio es
tomar leche caliente por las noches. —Mientras hablo, le voy masturbando el, ya
endurecido, miembro con las dos manos—. Necesito dormir mis ocho horas todas
las noches si no, no rindo nada durante el día. ¿Puedes ofrecerme algo que
caliente mi estómago?
—Joder,
Minny. Vas a acabar conmigo.
Sonrío
y me lanzo a matar.
«Las
cosas que tiene que hacer una para dormir tranquila…»
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