Sueños de Princesa. Fran Cazorla


 



É

RASE UNA VEZ una bella princesa que lo tenía todo, o casi todo. Era alta, de una gran melena dorada como el mismísimo oro al que tanto apreciaba, siempre recogida en una hermosa trenza a la que dedicaba minutos y minutos todas las mañanas, sus ojos turquesa eran capaces de hipnotizar a cualquier hombre, y las sensuales curvas de su cuerpo hacían enloquecer a sus amantes. Vivía en la urbe, en el majestuoso castillo que su padre le regaló y que colocó en el ático con las mejores vistas de la ciudad.

            Amaba vivir sola, hacer lo que le viniera en gana, llevar a su castillo al príncipe que quisiera, no dar explicaciones, no esconderse, pasear desnuda por el salón, a sabiendas que el pervertido del ático del edificio de enfrente tenía un bonito telescopio. Pero le daba igual, le gustaba, la excitaba…

            Su gran secreto era que le gustaba escribir, que tenía los cajones de su escritorio llenos de pequeñas historias, de relatos escritos a mitad de la madrugada o a primera hora de la mañana. Tenía un gran don: sus sueños eran tan maravillosos que a veces dudaba entre si solo había sido un sueño o por el contrario había sido realidad.

*   *   *

            No le entusiasmaba pero le debía ese favor a su hermana. Aquel fin de semana tendría que romper su rutina, tendría que ser buena y quedarse en casa como las niñas buenas. Su hermana le pidió alojamiento para ella y sus dos amigos, los erasmus, como les denominaba ella. Marcus le caía bien, más si cabe cuando se enteró de que le gustaba a su hermanita y que estaba colada por él; pero a Izan no lo soportaba.

            Estaba escribiendo al escritorio, sentada en su sillón de piel, la historia tan sensual que acababa de soñar, cuando su iPhone vibró. Era un WhatsApp de su hermana:

—Ainara, ¿estás despierta?

—Buenos días, Carol. Sí, estoy despierta.

—Que al final llegaremos por la tarde.

—Vale, por mí no hay problema.

—Gracias, hermana, de verdad.

—No hay de qué, ya sabes que yo por ti hago lo que sea.

—Ainara… ya sé que no te gusta que venga Izan, pero es que si no Marcus no podía venir.

—No te preocupes, cariño, sé poner mi cara de falsa y parecer muy simpática; y tú a disfrutar de tu cariñito…

—¡Eres la mejor hermana del mundo!

—No seas pelota, anda.

—A la tarde nos vemos, Ainara. Un beso, hermanita.

—Hasta luego, Carol.

*   *   *

            No se molestó ni en arreglarse lo más mínimo. Se dejó el pelo suelto, no se maquilló, y se limitó a ponerse un pantalón de chándal Adidas de color blanco con dos líneas negras a lo largo de la pierna y una camiseta sin tirantes de color fucsia. Carol le decía que era demasiado ajustado, pero a ella le gustaba cómo remarcaba su cuerpo. Y el suelo de parqué le permitía ir descalza, tan solo con sus calcetines de la abeja maya.

            El timbre sonó. Miró su reloj, era bastante tarde, sus invitados al final habían llegado con más retraso del que ella esperaba. Sentía que había perdido toda la tarde tirada en el sofá; dos películas había visto: el diario de Noah y su preferida, la que había visto mil veces pero que no se cansaba de verla una y otra vez: cómo perder a un chico en diez días.

            Abrió la puerta de forma lenta. Su hermana se abalanzó sobre ella y se quedó abrazada, mientras Ainara miraba a los dos chicos que permanecían detrás de Carol, sonrientes y esperando su turno para saludar.

—¡Hola, hermanita!—gritó Carol mientras zarandeaba a su hermana sin dejar de abrazarla.

—Hola, cariño, ¡cuánto tiempo!—Ainara logró a duras penas separarla un poco para darle un par de besos—. Ya echaba de menos estos abrazos.

            Carol la soltó y se apartó un poco para que se saludasen el resto. Marcus se adelantó el primero y le dio dos besos en la mejilla.

—Hola, Ainara, me alegro de verte de nuevo—dijo tan educado como siempre—. Gracias por acogernos en tu casa.

—Estoy encantada de teneros aquí. Esta es vuestra casa.

—Hola, hermana de Carol—la voz de Izan sonó detrás de Marcus antes de que su cabeza asomara por un lado.

—Hola, hermano de Marcus—forzó su mejor sonrisa para contestar. Aquella bromita no le hacía mucha gracia; desde que se conocían nunca la había llamado por su nombre.

            Marcus se hizo a un lado e Izan dio un paso hasta quedarse frente a Ainara. Esta hizo el amago de ir a darle dos besos, pero el chico cogió su mano y se la llevó a sus labios, depositando un suave beso sobre sus nudillos.

—Enchanté, mademoiselle…

            Marcus y Carol se echaron a reír ante la escenita. Ainara volvió a sonreír mientras a su mente acudía una retahíla de adjetivos para aquel tipo. Payaso, gilipollas, cursi, chulo, cabronazo, imbécil, etc., etc. Recuperó su mano y los invitó a entrar.

            La noche transcurrió entretenida, pidieron comida tailandesa, bebieron un buen vino, se divirtieron viendo cómo los chicos eran unos ineptos comiendo con los palillos, y acabaron en las tumbonas de la terraza tomándose unos cócteles que Izan preparó.

            Ainara no soportaba al hermano de Marcus. Le parecía el tipo de hombre que iba de guaperas por la vida, intentando parecer gracioso y creyéndose el centro del universo. Era la cara opuesta a su hermano en casi todo; si en algo le ganaba era en que sí, era más guapo, tenía un cuerpo más atractivo, y hacía unos cócteles muy sabrosos. Pero claro, abría la boca y lo echaba todo a perder.

            Bebieron hasta altas horas de la madrugada hasta que el sueño les fue venciendo. Marcus y Carol de fueron a una habitación y Ainara a la suya. El tercer dormitorio del ático era para Izan, aunque dijo que se quedaría un rato más en la terraza, mientras acababa su copa disfrutaría de las vistas de la ciudad.

*   *   *

            Ainara sueña que se despierta en la noche. Cree que es de noche pero no está segura por completo. Se percata de que alguien ha vendado sus ojos con alguna prenda de seda y no consigue ver nada. Nota que está completamente desnuda, tumbada en la cama, y de pronto oye cómo algo se mueve en la habitación. No dice nada, no se asusta. El silencio lo envuelve todo. Alguien se acerca a ella, la toma de la mano y la obliga a levantarse de la cama. Quedan en pie, frente a frente, y la intuición de Ainara le dice que su compañero de cuarto es bastante más alto que ella.

            Su amante misterioso comienza a acariciarle el pelo de forma suave, se coloca tras ella y Ainara nota cómo sus dedos se deslizan por su cabello. Comienza a hacerle una trenza moviendo sus manos con una suavidad pasmosa. Cuando termina la trenza se la sujeta de forma que no caiga por su espalda. Durante unos segundos no la toca, y Ainara se impacienta un poco…es consciente de que la está observando con detenimiento. De repente deposita un suave beso sobre su nuca y un escalofrío la recorre de la cabeza a los pies.

            Continúa besándola en el cuello, sus labios lo recorren con dulzura mientras sus manos acarician su espalda con movimientos acompasados. Ainara está ya muy excitada, arquea la espalda, echa el cuello hacia atrás para que pueda besarlo mejor, y con un movimiento lento saca su culito y choca “accidentalmente” contra su pene erecto.

            «¡También está desnudo!», se da cuenta. El contacto contra las nalgas de Ainara hace que él deje escapar un pequeño gemido y comienza de nuevo a besarle el cuello, pero esta vez con más pasión, y su lengua choca entonces contra su piel, que ya la espera impaciente.

            El chico le mordisquea los hombros, los lame, empieza a bajar su boca por la espalda, lentamente; unas veces deposita pequeños besos, otras su lengua dibuja círculos sobre la piel, que no puede evitar erizarse al contacto. Cuando llega a la altura de la cintura se detiene, y Ainara nota cómo sus manos recorren sus caderas, sus nalgas. Se las masajea mientras se las besa, y entonces coloca las puntas de dos dedos en la entrada de su sexo, pero no los introduce, los deja ahí unos segundos mientras sigue mordisqueando sus nalgas. Después los hace entrar, muy, muy despacio, comenzando un vaivén de locura; los mete y los saca sin parar, a un ritmo acompasado, de forma tan lenta que Ainara disfruta de la sensación cada vez que entra y sale de su cuerpo. Está muy excitada, muy húmeda, siente como sus fluidos resbalan por el interior de sus muslos.

            Desesperada nota cómo saca los dedos, la toma por los hombros y la hace girar hasta que queda frente a él. Cada vez está más y más excitada, los ojos vendados no la dejan ver cuál va a ser la siguiente jugada y su cuerpo está alerta para aprovechar al máximo cada caricia…

            Dos dedos ardientes se posan sobre sus pezones, moviéndose en círculo sobre ellos. Acaricia sus pechos con deliciosa lentitud, y cuando sus manos los abandonan para dirigirse a la espalda y después bajar hasta sus nalgas para apretarla contra él, nota su duro pene contra su ombligo. Ahora es su boca la que juguetea con sus pechos. Les da besos alrededor de los pezones sin llegar a tocarlos, y estos, desesperadamente erectos, le piden atención; entonces él comienza a lamerlos, dibujar círculos con la lengua, mordisquearlos, chuparlos…mientras vuelve a meter sus dedos en mi ser y a moverlos como no lo había hecho antes.

            Ainara está apretada contra él. Sus piernas tiemblan, se pone tensa y comienza a arquear la espalda para que, a un mismo tiempo, sus pezones estén más cerca de su boca, y sus dedos más dentro de ella; y entonces se agarra fuertemente a su cuello porque nota que llega el orgasmo, le hace palpitar todo su sexo y le arranca unos ardientes gemidos que consiguen excitar aún más a su amante desconocido.

            Cuando acaba de correrse, la boca del chico abandona sus pezones y sus dedos salen de su interior. Sus manos acarician ahora su cuello, y nota su boca sobre la suya, su tibia lengua inundando cada rincón, entablando una excitante lucha. Por primera vez, las manos de Ainara pueden recorrer sus brazos, su espalda, su abdomen… y lo que descubren es un cuerpo musculoso y caliente que está preparado para disfrutar y para dar placer.

            La lleva de la mano hasta la cama, la sienta, nota cómo se pone delante de ella, de pie, y Ainara, al alargar la mano nota su pene. Lo coge entre sus manos, él contiene la respiración. Saca su lengua y lame dulcemente la punta, después la chupa un poco… Comienza a masturbarlo, a mover enérgica-mente la mano sobre su pene. Él está en tensión. Suelta el pene y lo lame de abajo hacia arriba, y cuando está bien húmedo, se lo mete entero en la boca y comienza a chuparlo mientras con las manos agarra sus nalgas para acercarlo a ella.

            Entonces él la empuja suave sobre la cama, la deja echada sobre ella y nota cómo separa sus piernas y una exquisita lengua busca su clítoris, lo encuentra y lo acaricia con maestría. Ainara dobla las rodillas y lleva las manos hacia su cabeza, hundida entre sus piernas, para apretarla más contra sí. Su lengua se introduce en su sexo y sus movimientos le arrancan unos gemidos que enloquecen a su amante. Su excitación llega al máximo y nota cómo en un rápido movimiento el pene entra en su sexo…entra, sale, entra, sale…¡qué locura!

            Sus gemidos se hacen uno solo, y Ainara ata sus piernas a la cintura del chico para sentirlo más dentro aún. Él la levanta con sus manos y la sienta en lo que ella intuye su escritorio. Allí sentada, abre sus piernas y lo invita a entrar de nuevo. No la hace esperar, sus embestidas son cada vez más fuertes y ella nota que no puede más, ya no puede más, la pasión la desborda y no puede evitar morderle con fuerza en el cuello.... Sus piernas están muy abiertas y su espalda rígida, de modo que sus pezones se rozan contra sus pectorales y su clítoris toca en cada movimiento su pubis. Apoya las manos en los bordes del escritorio y se abandona a un glorioso orgasmo.

            Él está besándola en la boca, sigue moviéndose después de que Ainara haya llagado al orgasmo…se mueve…se mueve… atrapa sus pezones con la boca, Ainara nota un calor que emana de sus entrañas y la envuelve, y nuevamente se corre entres espasmos.

            Pero ahí no termina la cosa. La baja del escritorio y la lleva hasta la cama. La echa boca abajo, Ainara eleva su culito y él la penetra una y otra vez. Nota su pene palpitar dentro de ella, y sabe que se va a correr… Ella también se excita, se excita mucho… «¡Dios, voy a correrme!» grita… y la pareja estalla al unísono en un orgasmo que les hace temblar como hojas, se desmoronan en la cama, exhaustos… y Ainara se queda dormida entre sus brazos…

*   *   *

            Cuando despierta a la mañana siguiente lo primero que piensa es en escribir aquel sueño tan fabuloso. Pero…«¡Un momento! ¿Qué es esto?» se dice a sí misma. Se da cuenta de que hay un pañuelo de seda tirado en el suelo, como en su sueño. Mira a la mesita y ve el vaso de cóctel sobre ella. «Creo que bebí demasiado anoche».

            Se pone su bata y sale por el pasillo, se dirige a la cocina con ojos somnolientos y sin saber muy bien qué es lo que pasó aquella noche. Allí están todos, desayunando. Le sonríen, sobre todo, Izan, que la mira de forma inquietante y es el primero en hablarle.

—Buenos días, princesa.

            Le contesta medio dormida aún y se sienta a la mesa para desayunar. Está tan grogui todavía que ni le importa tener que sentarse al lado del capullo de Izan. Nota su cuerpo cansado, tanto como si en vez de un sueño, la maravillosa noche de sexo hubiera sido real.

            Entonces mira hacia Izan, que le está hablando, y descubre que tiene un mordisco bien marcado en el cuello… «¡Dios! ¡Es él!» En ese instante llega a la certeza de que no había sido un sueño, que fue real, que el hombre que había sentado a su lado, ese maldito engreído, había sido su fabuloso amante hacia unas horas. Está segura…no puede evitar excitarse… sí, ha sido él.

            Izan la mira, sonríe, disimula… pero Ainara no puede evitar hacer nuevos planes para esa noche…

 

Sueños de princesa.

Relato que forma parte del libro

Los amores que te debo.

SoldeSol, 2016.

 


























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©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ♥ El Rincón de Xulita Minny | 5 de enero 2015