Francisco
dormía con su boquita entreabierta y un ligero ronquido infantil. Le parecía
increíble la capacidad de recuperación de los niños. Su pobre hijo acababa de
vivir una situación realmente traumática y ahora mirándolo, pareciera que
hubiera sido un sueño; un mal sueño. Un sueño terrorífico.
Cerró
la puerta con cuidado para no despertarlo y se encaminó hacia la salida de su
piso. No lo iba a retrasar ni un segundo más. Lo que había comenzado como una
aventura excitante y divertida se estaba convirtiendo en algo complicado y
peligroso. No seguiría adelante con ello. No estaba dispuesta a arriesgar su
vida, o la tranquilidad de su hijo, por más que le doliera, por más esperanzas
que hubiera puesto en la relación que la unía a esos dos hombres. Iba a darlo
por terminado.
Chicas
animadme mañana voy a terminar con esto.
Los
dejo a los dos.
Carmen:
Tranquila cariño, estamos contigo, lo que decidas será lo mejor.
Iris:
Por supuesto reina, haces lo correcto.
Pilar:
Ánimo amiga.
Siempre
las tendría a ellas y a su hijo.
Su
hijo; eso era lo único que le importaba de verdad.
—Déjalo
Lucas, no voy a continuar con esto –aseguró Al, dándose la vuelta y dejando
vagar su mirada por la ventana.
—Claro que vas a continuar y sabes por qué,
pues porque me lo debes –se quejó Lucas.
Al
ver que su compañero no contestaba se acercó al él agarrándole del brazo para
forzarle a darse la vuelta.
—No
te debo nada –le contestó Al soltándose del agarre de su amigo.
—Oh,
sí me lo debes. La última te la quedaste tú, tío. Esta vez me tocaba a mí.
—Esto
es diferente, ella me gusta de verdad, para mí no es un juego —. Al se pasó la
mano por el pelo con desesperación.
—Tampoco
lo es para mí. No lo fue cuando volviste loca a Vanesa, a mí me gustaba –la
agresividad subía en intensidad. Los dos hombres estaban cara a cara, demasiado
cerca, demasiado enfrentados, demasiado frustrados…
Al
cogió del cuello a Lucas y lo estampó contra la pared de enfrente pegó su
cuerpo al de su amigo de forma amenazante, sus respiraciones se mezclaban en la
línea que de aire que les separaba.
—Yo
no la volví loca, tío. Ya lo estaba. Creo recordar que tú también te lo pasaste
bien. —Pero me retiré cuando tocaba.
—Ella
lo decidió.
—Y
ahora lo va a decidir Minny.
—¡No!
Minny es mía. No es una más –Al, apretó el agarre y se acercó tanto a Lucas que
sus bocas casi se tocaban. Sus cuerpos calientes se rozaban. Al, apretó los
labios hasta dejarlos en una fina línea.
—No
estás seguro ¿verdad? No crees que te vaya a elegir a ti ¿eh? Esta vez te ha
tocado el malo y así no es fácil ganar.
—No
es eso lo que quiero, quiero ser yo. Quiero que me quiera por mí mismo –susurró
conteniendo todas sus emociones. Lucas alzó las manos por el pecho de su amigo
hasta encerrarle la cara entre sus manos.
—A
mí también me gusta de esa manera. Por eso tenemos que terminar. Minny será la
última. Con esto habremos acabado. Pondremos punto y final a un juego que ya
dura demasiado tiempo. El que pierda se retirará.
Al,
alzó la mirada y Lucas sintió que lo abrasaba.
—Está
bien –se rindió –lo haremos así. Pero no te garantizo juego limpio.
—Me
vale —. Lucas rozó los labios de Al
–Será
mañana, cuando el pequeño se vaya al colegio. Dormiré en el sofá.
Al,
entró en su habitación dando un portazo. Se derrumbó en la cama. Su corazón
palpitaba a un ritmo alarmante, se puso a caminar para tratar de ralentizar sus
sentimientos y de esa manera intentar darles algún sentido. Su relación con
Lucas siempre había sido extravagante y ambigua. Pero esto se estaba pasando ya
de la raya. Se conocieron cuando ambos eran adolescentes conflictivos y desde
el principio se dieron cuenta que a uno siempre le gustaba lo del otro. No. Más
que gustar, lo ansiaba, lo necesitaba, lo anhelaba. Y así comenzaron a
compartirlo todo, y llegó el día en que compartieron a la primera mujer. Fue la
experiencia más alucinante que había tenido nunca, y se enganchó. Los dos se
engancharon. Y luego comenzó el juego… uno era el gancho y el otro venía
después y arreglaba los platos rotos y se quedaba a la chica, hasta que se
cansaba y todo volvía a empezar. Pero ahora era diferente, Minny no era otra
más. ¡Dios! Le gustaba tantísimo. Esperaba ser él, el elegido porque no sabía
si podría conformarse con el papel del perdedor; esta vez no. —Tu turno Al, el
niño está saliendo con la niñera. Minny está en la puerta despidiéndose, está
preciosa. Al tocó al timbre. Una cansada Minny abrió la puerta. Tenía
pronunciadas ojeras y los ojos rojos, con huellas de haber estado llorando,
parecía que hubiera perdido peso desde que la conoció. Apenas veía restos de la
mujer descarada y divertida que lo conquistó. El corazón se le hizo un puño.
¿Esto es lo que te hace el amor? Se acercó a ella despacio y la envolvió en sus
brazos.
—¡No!
–gritó Minny apartándolo de un empujón –No puedo seguir con esto. Tú, él, tu
exnovia… es todo demasiado complicado, no quiero más de esto y si tengo que
renunciar a ti lo haré –se abrazó a sí misma intentando suplir los fuertes
brazos de Al o de Lucas, ya no sabía lo que quería.
—Renunciar
a mí… o a Lucas, cariño.
—No
lo sé –lo miró con los ojos cargados de culpabilidad y dudas.
—Estos
últimos días no he sido bueno para ti ¿eh?
—No,
no lo has sido. Has sido borde y egoísta. No te reconocía y Lucas…
—Él
ha sido todo lo que necesitabas –Minny, no tuvo que contestar.
Al,
la cogió de la mano y la llevó hasta la habitación. Minny, se dejó llevar sin
oponer resistencia.
—Al,
yo… —Shhhh, tranquila. Perdóname, siento no haber sido el hombre que creías que
era, el hombre que te mereces, el que necesitas…
—Al,
no hagas esto si después vas a volver a convertirte en un desconocido –le rogó
ella.
Él
no contestó, la acercó a la cama y le deshizo el nudo de lazo que cerraba la
bata de satén rosa, uno de los caprichos que se había permitido cuando aún
estaba casada. Subió las manos hasta los hombros y le deslizó la bata por los
hombros hasta dejarla caer al suelo. Posó sus labios en el cuello de la joven.
—Hueles a vainilla, me encanta. Me vuelve
loco. Sueño con tu perfume, me parece olerlo cuando estoy a solas en mi
habitación y tengo que tocarme. Me pongo duro al imaginarte desnuda llevando solo
el perfume. Le cogió la mano y se la llevó a la protuberancia que empujaba sus
pantalones. Ella se estremeció y dejó de pensar, era justo lo que necesitaba,
una buena dosis de sexo duro que la haría perder la conciencia de ella misma.
Al, le quitó la camiseta de tirantes haciéndola levantar los brazos por encima
de la cabeza. Se agachó llenando su cuerpo de besos, lamiendo cada rincón que
se erizaba al contacto húmedo de su lengua y sus labios.
—No,
no… no… lo quiero duro, lo necesito duro, por favor… —rogó ella cogiéndolo del
pelo.
—Shhhh…
—continuó su camino deshaciéndose del tanga. Cuando ya la tenía desnuda, la
levantó en brazos y la soltó sobre la cama.
—¿Confías
en mí? –le preguntó. Ella no sabía qué contestar, ¿confiaba en él? ¿le conocía
lo suficiente como para eso?
—No
lo sé. —Sí o no. Es fácil.
—S…
sí… —Cierra los ojos –ella los cerró.
Sintió
cómo algo frío le cubría los ojos y todo se sumió en la oscuridad, este era un
juego nuevo. Se le erizó de nuevo la piel. La emoción por lo que podría pasar
le estaba acelerando el corazón, tenía los sentidos al borde de un abismo
oscuro, peligroso y terriblemente erótico. Al, le estaba soplando sobre su
delicado y sobre estimulado pezón, ella lo notó abultarse y endurecerse y en
ese momento él lo mojó lamiéndolo y metiéndoselo después en la boca, lo chupó y
succionó hasta que Minny gritó de placer, y justo en ese momento los dientes de
Al, lo apretaron y el dolor se mezcló con la lujuria. Ella quiso agarrarlo pero
las manos de él la atraparon en un fuerte agarre.
—No
–escuchó entre la neblina que cubría su obnubilada mente. Esa voz…
—¿Lucas?
—No –repitió la voz de nuevo.
La
adrenalina se había apoderado por completo de Minny, por qué no se movía, por
qué hacía caso a esa voz, que no era de Lucas pero a ella le parecía que sí. A
quién quería, si no quería a Al ¿por qué le gustaba tanto lo que le estaba
haciendo? No entendía lo que le estaba pasando…
—Deja de pensar –le dijo Al, o Lucas… la voz,
mientras le ataba las manos a los barrotes de la cama con un pañuelo, fino y
suave. Sintió cómo le abría las piernas y una boca suave abarcaba todo su sexo
y lo mordía con la fuerza justa para sacarla de sus pensamientos.
—Ahhh
–gritó de nuevo.
—Shhhh… disfrútame. Con dos dedos abrió su
sexo y comenzó a chuparlo y lamerlo. Primero sus labios para llegar hasta el
centro de su deseo con su lengua, hasta hundirse en su interior con esa maldita
lengua que la estaba volviendo loca. Cuando comenzó a sentir los primeros
ramalazos del orgasmo, él sacó la lengua y la llevó más abajo hasta llegar al
punto de placer recién descubierto. Ella alzó instintivamente el culo para
facilitarle el acceso y él le abrió los cachetes para darle con la lengua en el
agujero con tanta insistencia que Minny comenzó a retorcerse.
—Por
favor –suplicó –no puedo más…
—Sí
puedes. No va a pasar hasta que hagas algo…
—¿Qué?
Por favor, lo que sea haré lo que sea…
—¿A
quién quieres? –le preguntó subiendo por su cuerpo hasta quedar boca con boca.
—A
ti… —contestó ella.
—¿Sabes
quién soy?
—Sí. Lo sé. Lucas
–Ella
intuyó su sonrisa y se despreció por lo que estaba dejando que pasara, pero lo
deseaba y después todo terminaría. Él la penetró con fuerza y le dio duro; tan
duro como ella necesitaba. La cogió del pelo mientras se sumergía en su
interior una y otra vez sin descanso. Sus cuerpos estaban sudados y
resbaladizos y ella envolvió sus piernas y clavó con fuerza sus pies en las
nalgas de Lucas mientras gritaba al notar los calores del desgarrador orgasmo
que estaba a punto de alcanzarla. Echó hacia atrás la cabeza y apretó los puños
alrededor de los barrotes, ya que las ataduras le impedían mover las manos. Y
llegó el orgasmo, intenso, crudo, brutal y vacío. Terriblemente vacío. Cuando
Lucas la liberó y le quitó la venda que cubría sus ojos, el corazón le dio un
vuelco. A los pies de la cama estaba Al, observándoles, con los puños cerrados
y la boca casi transparente de la fuerza con que la estaba apretando. Sus ojos
reflejaban decepción y dolor, clamaban venganza.
—Me has escogido –declaró Lucas.
Minny
se levantó sin decir nada y se puso la bata. Fue hacia la puerta de entrada y
la abrió. Lucas se puso los pantalones, ambos la siguieron.
—No.
He descubierto que eras tú. Pero mi elección soy yo. Me elijo a mí. Los dos la
miraron atónitos.
—Fuera.
Los dos. Para siempre. No quiero esto –ninguno se movió de donde estaban.
Le
dolía la cabeza, se frotó los ojos con fuerza para terminar de despertarse. Ese
pitido… no era un pitido, era el timbre. Al salió de la cama, se puso el
pantalón del pijama y fue a abrir con la esperanza de que el sueño hubiera
hecho recapacitar a Minny y pudieran por lo menos, hablar. Intentó atisbar por
la mirilla pero no vio a nadie. El timbre volvió a sonar. Abrió.
—¿Qué
demonios…? –tuvo que mirar hacia abajo para ver al niño que arrastrando un oso
de peluche viejo y lo miraba con el ceño fruncido.
—Mi
mamá tiene los ojos rojos –Al, no supo qué decir.
—Lo
siento.
—¿Ha
sido tu culpa? –le preguntó.
—Sí,
me temo que sí –notó un dolor agudo en la espinilla
–¡Ahhh!
¿qué coño…?
—Si
le vuelves a hacer daño, te daré más fuerte –y sin decir más se volvió a su
casa.
Al
se dio cuenta de que se le había caído el muñeco y fue hasta su casa para
devolvérselo. Minny abrió la puerta.
—¿Qué
haces aquí? –le preguntó con rigidez.
—Tu
guardaespaldas se ha dejado esto en mi casa.
—¿Qué?
–preguntó ella buscando a su hijo con la mirada, éste levantó la cabeza con
orgullo.
—Me ha pegado y me lo merecía. Lo siento.
Quiero contártelo todo.
—No
sé si quiero saberlo.
—Creo
que tienes que tener toda la información.
—Está
bien, te pondré un café mientras esperamos a que recojan a Fran, para ir al
cole. Al, le contó todo. Sus juegos, su pasado, su relación con Lucas. Lo que
ambos sintieron por ella.
—Tienes
que saber que me he enamorado de ti.
—Yo…
—No digas nada. No es necesario. Solo quería
que lo supieras.
—Está bien. Será mejor que te vayas, se está
haciendo tarde y tengo que ir a trabajar. Al, la miró a los ojos con ansiedad.
—Adios
Al.
—Adios
–él se inclinó y le besó la mejilla –ha sido un placer conocerte pequeña. Nunca
más podré ver un tanga rojo sin que me dé un ataque al corazón.
Minny
no pudo evitar una sonrisa, desde luego había sido aventura increíble.
*****
Dos
años después.
—¿Minny? ¿Minny eres tú?
—¿Al?
Capítulo de Bela Marbel
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